En Madrid no hemos perdido ciertas buenas costumbres propias de una Villa, a pesar de los avances en las últimas decadas, que más que avances nos han hecho perder en calidad de vida, al convertirse la Villa Madrid en una urbe demasiado grande para mi gusto, y en la que como mínimo tardas 45 minutos para desplazarte de un lado a otro.
Una de estas buenas costumbres es la de ir de terrazas cuando el buen tiempo pasa de ser un deseo a una realidad...Esta costumbre de ir a una terraza, es un buen momento para al final del día, poder quedar con amigos mientras se disfruta de una cerveza y pintxos variados... mientras olvidamos ese sentimiento de individualismo que a veces nos asalta a los que vivimos en las grandes ciudades...
El pasado martes, en uno de estas quedadas, nos vimos parte del grupo que estuvimos explorando hace ya un año, el sur del Perú. He de recordar que en ese viaje fueron todo mujeres, siendo yo el único chico...así que, lo mismo pasó el pasado martes... en el que tuve una cena con mujeres...
Mi amigo Jaime, tiene una teoría en la que dice que, en reuniones en las que la proporción de mujeres vs hombres y viceversa, esta muy desajustada... se pasa a considerar a la minoría como si fuera del mismo sexo... En el caso de minoría por parte de una mujer pasa a ser considerada como un hombre dentro del grupo y empieza a escuchar comentarios generalmente soeces... (Que no se dicen en serío la mayoría de las veces pero se dicen...) En el caso en el que la minoría sea un hombre, pasa a ser considerado una mujer más... Yo creo en la providencia, y así fue como al día siguiente pude leer en el períodico ABC, un articulo de opinión que hablaba del tema y del que he extraido el siguiente parrafo:
CENA DE MUJERES
Cena de mujeres. De esas en la que es imposible acabar un solo tema de conversación. Antes de sentarte el griterío es tal que en unos segundos comienza la guerra dialéctica. Unas voces se alzan y otras callan para siempre. Desconectan. Lógico. Hacerte oír supone tal esfuerzo que te agotas antes de intentarlo. Pero las que hablan lo hacen, y mucho. Salen tantos temas que es imposible concentrarse. Cosas serias —nosotras también sabemos hablar de cosas serias— y otras más livianas. Todo se entremezcla. Entras en un momento de pánico, de tal calibre, que no sabes si llorar o gritar.
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